Christopher Aviléz (México)
abril 20, 2019Luis Enrique Díaz-Lazkao (CHILE)
abril 20, 2019Desde su interior Mariana Gómez Amezcua asegura que la música es vida. La vida como punto exacto donde el origen, la identidad y la arcilla se entrelazan para conformar un corazón, el corazón de la música. Lo confirma cuando disfruta la vibración de la guitarra en su pecho. Desde el disco “Raza de bronce” que contiene sones y abajeños de música p´urhepecha para cuatro guitarras, arreglos de su padre Jaime Gómez, quien además realizó la publicación de partituras, hasta su primer disco como solista “El color de la guitarra mexicana”, Mariana Gómez Amezcua ha configurado con múltiples tonos su camino, el cual comparte desde un origen intercultural que la ha rodeado desde su infancia. Nadie logra regresar a salvo de esos espacios que yacen en la memoria, y en ese intento Mariana retorna épicamente con grandes recuerdos: el trabajo arduo con su familia; el Cuarteto de guitarras “Paracho Anapu” integrado por su padre y sus dos hermanos; los ensayos incesantes donde sus dedos eran marcados por la constancia; la traspolación identitaria para compartir lo que se es, en una tierra de colores, en un paisaje de sueños; y por supuesto su ciudad, Paracho, donde organiza el Festival Internacional de la Guitarra. La página de su experiencia está aunada a sus otros viajes donde ha compartido su trabajo: en Jaraguá do Sul, Brasil; Míkulov, República Checa; Cusco y Lima, Perú; Idyllwild y New York, Estados Unidos de América; así como Kitchener, Montreal y Toronto, en Canadá.
Además de ser educadora y vincular el arte con la educación, el mundo de la sensibilidad acuña su envés: degusta de los girasoles, así como del aire, el frío y tocar la tierra con la textura de sus pies; caminar descalza por las distintas orillas de la vida. De esta forma alcanza a hilvanar dos mundos: la conexión espiritual que forja la tierra con la vibración musical que brota en cada amanecer. Los girasoles la contemplan al compás de sus latidos, en su música.